Este blog reúne algunos de los trabajos de estudiantes de Comunicación Social y Periodismo de la materia Taller de Prensa de una universidad de Bogotá.

martes, 4 de noviembre de 2008

Un hombre que vive del sombrero
Ernesto Ayarza, propietario de 4 almacenes en el centro de Bogotá, lleva trabajando en esta industria más de 60 años con su familia.

Por Lina Marcela Flórez

Con 81 años de edad, padre de cuatro hijos y dueño de un negocio familiar, se ha convertido en el representante más importante de Colombia en la industria de la producción de sombreros.

Todo comenzó en el año 1913, cuando el negocio fue creado por Manrico, tío de Ernesto Ayarza. En 1946, cuando ya tenía 21 años, era el mejor momento para que su sobrino continuara con el negocio que encierra en su vida magia, tradición y pasión.

Poco a poco esta industria fue creciendo hasta el punto de llegar a cuatro establecimientos que se llaman Bogotá, Americana, San Francisco y San Miguel, ubicados en la calle once entre carreras octava y novena.

Los almacenes todavía conservan los elementos característicos de una antigua edificación, lo que no ha sido obstáculo para que sean reconocidos en el país.

Aproximadamente tienen una producción semanal de 7.000 sombreros. Exportan un 80% a Estados Unidos, México y Centroamérica. El otro 20% restante se envía para Antioquia, Boyacá y Casanare.

La fábrica queda en el barrio Ricaurte. Allí impulsa la venta del negocio su hermano Juan Carlos, encargado de la producción.

Marina, Germán y Lourdes Ayarza hijos de Ernesto y María Rosa, son ahora los encargados de seguir con los sombreros de fieltro y de cuidar la calidad de la materia prima, traída de Portugal.

Un hombre hecho y derecho

Ernesto Ayarza asegura que lleva 60 años viviendo de la utilidad del producto y que está feliz porque toda su familia vive de esta industria.

Rolo de pura cepa, se viste con trajes elegantes y zapatos de material. En su dedo anular mantiene un anillo de oro con una piedra negra.

Lo que no le puede faltar en su cabeza es su sombrero. Por tradición, por negocio, porque él dice “el sombrero sigue siendo el rey del campo, lo usan jornaleros, hacendados… hasta las producciones televisivas”.

Pese a sus 81 años bien vívidos este cachaco narra su historia. Recuerda cada momento de su vida. Lúcido para la edad que tiene, lo único que hace es reírse de lo que cuenta y hace chistes con respecto a su vida, familia y amigos.

Tanto que a su esposa, la llamada “fiera” ante las demás personas, no le importa, le expresa en cada momento la gratitud por su 55 años de compañía.

La calle del sombrero, como se conoce tiene una clientela variada como campesinos, políticos y actores entre otros. Perdurará por mucho tiempo por lo que es ícono de la industria colombiana.
Datos

· Unas de las personas que han sido clientes de Ernesto Ayarza son el presidente Álvaro Uribe Vélez, él ex concejal Mario Upegui y el capo Pablo Escobar.

· Dentro de los sombreros de gama alta los hay con diferentes estampados y con la imagen de una Virgen por dentro del molde.

· Fueron proveedores de la película Rosario Tijeras.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Un opita deja su tierra por un traje elegante.

40 años vendiendo ropa para caballero


En la calle 12 entre carrera novena y décima, Enrique Cruz tiene desde hace 20 años locales de vestuario para hombre.

Por Adriana Vargas

En una de las calles más antiguas del centro de la ciudad, en medio de trajes formales para varón y vestidos para primera comunión, un hombre de 65 años narra la historia de su vida en Bogotá.

Enrique Cruz es vendedor de ropa para caballero en la calle 12 entre Décima y novena. Nació en Pitalito (Huila) en 1943.

Inició su vida como comerciante a los 19 años en su pueblo natal, en donde distribuía café por distintos pueblitos del departamento. Tiempo más tarde, exportaba tamales huilenses a la Capital, negocio que fracasó al año, razón por la cual decidió viajar hacia Bogotá para buscar nuevas oportunidades.

“El viejo Cruz”, como es conocido en la popular calle del centro, es amante de los boleros y conocedor de grandes historias guardadas en la memoria de una hermosa ciudad que, como dice él “tiene mucho que contar”.

Blanco, de ojos negros, canoso, con su impecable vestido de color negro, zapatos muy bien lustrados y un peculiar olor a cigarrillo. Sentado junto a una de las vitrinas del local que él administra, Enrique Cruz recuerda con nostalgia el día que decidió abandonar el lugar que lo vio crecer y que nunca más volvió a visitar.

Viajó cuando tenía 23 años a Bogotá, dejando a su madre y hermana en Pitalito. Al llegar a la ciudad empezó a trabajar como vendedor en la plaza de mercado, que en ese entonces estaba ubicada en esta misma calle.

“Era una calle de grandes contrastes”. Según él, había gran variedad de artículos para el cliente desde ropa, comida y elementos para el hogar hasta productos de belleza para mujer.

Inicialmente se trataba de una zona reconocida por la venta de frutas y verduras, pero con el pasar de los años se consolidó como lugar de venta para todo tipo de vestidos, los cuales podrían ser de coctel o ropa informal.

Hoy en día al iniciar el callejón justo enfrente de la Carrera Décima, existe un centro comercial en donde al igual que aquella plaza de hace muchos años se encuentra gran diversidad de cosas y justo en el centro de la misma, se localiza una tienda de comidas rápidas donde venden perros calientes y hamburguesas.

Tiempo después de acabarse la plaza de mercado, inversionistas turcos que llegaron a la Capital iniciaron este tipo de negocio que dio grandes resultados, tanto así que “el viejo Cruz” lleva 40 años desempeñándose en ese oficio.

Su cotidiano vivir

Su rutina es igual a la de cualquier otro vendedor. Sin importar su edad todos los días llega a las 7 de la mañana en su local para barrer y hacer inventario de los nuevos trajes que se venderán esa semana.

Abre el local a las 9 de la mañana y sus clientes no lo hacen esperar, pues desde que aparece en su puerta el aviso de “abierto”, compradores antiguos del lugar empiezan adquirir todo tipo de sacos, camisas, corbatas y pantalones.

Enrique Cruz tiene en su esencia esa típica ternura y sabiduría de un anciano pero más que eso tiene en sus palabras la picardía de un niño, que aún observa la vida como un juego.

Cifra

3 locales de ropa para caballero ha tenido el vendedor estrella Enrique Cruz en la popular calle del Centro de Bogotá.

Datos

El almacén Centro Lido Comercial Plaza ubicado en la calle doce entre carrera novena y décima, es el más popular para la compra de vestidos de primera comunión.

En el centro de la ciudad se comercializan variedad de vestidos para primera comunión.

Además de su actividad comercial, esta es una de las calles más históricas de Bogotá.

Conflictos por velas y zapatos

Los extraños clientes de los locales del centro.

En la Calle Camarín de la Concepción hay historias de usuarios que pelean o simplemente están locos.

Por Gustavo Posada Malo

Esta calle del centro de Bogotá, donde se pueden encontrar almacenes de zapatos para caballero, damas, niños y locales que venden velones, velas y estatuillas religiosas, guarda historias de compradores maniacos.
En la Calle Camarín de la Concepción, ubicada en la calle 10 con carrera 9 y 10 se encuentran locales muy viejos y pequeños. El local Calzado Herrera es un lugar oscuro, en donde los zapatos están puestos en vitrinas contra la pared para que las personas los vean.
Hace 4 años, en este mismo local, una mujer entró y David Castañeda la atendió, le mostró varios modelos. La joven se empezó a medir cada modelo que le traía el vendedor, se los medía una y otra vez. Ella le preguntó, ¿no tiene más que mostrarme? A lo cual David le respondió que no.


La señora cogió su bolso y salió del lugar.
Horas más tarde la misma joven volvió a entrar y de nuevo preguntó por botas pero esta vez otro trabajador la atendió, le mostró los mismos modelos que tenían, se los midió y preguntó, ¿no tiene más que mostrarme?
Se levantó, cogió su bolso y se fue.
Al volver la misma mujer por tercera vez al local David, el vendedor que la atendió en la primera oportunidad, le dijo “señorita, ¿le gustaría volver a medirse algún par de botas que tengamos en el local?” a lo cual ella le respondió disgustada: “joven yo nunca he entrado a este almacén pero de todas maneras gracias por quererme atender, muy amable”

Y abofeteó al joven y se marchó del local.
Lío por un billete.
La señora Elvia Puentes, vendedora de velas en la Calle de la Concepción, recuerda que hace unos meses un señor se acercó a mirar los artículos que ella vendía y preguntó precios de varias velas para llevar.
Al escoger el hombre pagó y la señora le devolvió las vueltas correspondientes a un billete de 20.000 pesos. El comprador ofuscado le dijo: “señora yo le pagué con un billete de 50.000 pesos y falta plata”, a lo cual ella le respondió que no, que las vueltas estaban bien, ya que él le había dado un billete de veinte mil pesos.

Después de varios minutos discutiendo el hombre muy alterado empezó a botar las cosas del puesto de doña Elvia y empezó a arrojarle cosas. De inmediato los vecinos acudieron en ayuda y llamaron a la Policía que finalmente controló al sujeto y se lo llevó. Mientras tanto la señora asustada siguió con su jornada de trabajo durante el resto del día.

Cifras
· 180.000 pesos es lo que David Castañeda vende aproximadamente en un día normal de trabajo.
· 60.000 pesos es lo que Elvia Puentes vende aproximadamente en un día normal de trabajo.

Datos
·Esta fue la primera calle de calzado que hubo en Bogotá, existe hace más de 70 años.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Negocios de Bogotá


Un pedacito de Palestina en Colombia
Por varios años han vendido tela y ropa para ocasiones especiales dos cuadras atrás del antiguo almacén Tía de la Décima.

Por Nicolás Cadena

En las calles históricas de la Capital colombiana existe una cuadra que se caracteriza no sólo por la plaqueta en baldosa que describe y le da vida fantasmal a este sitio. Los personajes de barba cerrada y cejas pobladas que matutinamente deambulan por esas anchas y transitadas aceras, hacen ver que la historia después de mucho tiempo tenga vida y pueda ser contada.

Muchos son dueños de locales o negocios los cuales ofrecen al variado público diferentes trajecitos para las ocasiones más especiales de las innumerables actividades criollas.

Si usted está interesado en que su hijo luzca en la primera comunión, no dude en ir a alguno de estos lugares en donde podrá encontrar vestidos en paño azul con botones dorados, trajes negros con chalecos en seda y una boina, y para las niñas atuendos hechos en tul o seda.

En la carrera novena con décima, bautizada como La Calle de las Enfermeras, reposa el José Joaquín Vargas, un gigantesco edificio que anteriormente sirvió de hospital San Juan de Dios.

Sus pintorescas líneas amarillas verticales en su traje blanco, lo hacen ver como un preso que se quedó en las rejas del tiempo, mientras que sus vecinos, las otras edificaciones, surgen y viven al ritmo de una ciudad que está en constante evolución.

“Esta cuadra estaba llena de mujeres vestidas de blanco” (enfermeras), comenta Juan Acosta, guarda del lugar, en donde lleva aproximadamente veinte años trabajando.

El vigía Acosta también relató que el hospital después se convirtió en un inmueble diplomático; para ser más preciso la embajada de los Estados Unidos de América. Después de tener una larga vida, este histórico monumento, bien de interés cultural, ha agonizado dejando que sus habitáculos sean llenados por cajas repletas de telas y demás cosas que se venden en sus alrededores.

Los pies del monstruoso e histórico edificio se han convertido en locales de ropa exclusiva para niños, destinadas a todas estas celebraciones criollas que se hacen en Bogotá como bautizos, primeras comuniones y confirmaciones.

Al entrar en los locales, las mujeres que atienden saludan con un “buenas tardes, qué busca, ¿en qué le puedo ayudar?” invitando a seguir a lugares repletos de vestiditos en paño, velo o tul.
La ropa se distingue de la que normalmente usa la gente. Los maniquíes parecen enanos momificados que han sido puestos hay especialmente para cargar e invitar a los clientes a ver, comprar y criticar estos vestiditos.

Los dueños de locales, señores vestidos de paño, de tez más o menos oscura, generalmente han nacido en Bogotá, pero tienen las raíces palestinas tan dentro de ellos que aún sus palabras están enredadas entre unos grandes, perfectos y blancos dientes donde tratan de atender con calidez a su prestigiosa clientela.
“Su hablado es muy extraño”, dijo una niña que entró a uno de estos locales, mientras su mamá veía unos vestiditos como para poner en el cuerpecito de una muñeca. Y sí que hablan raro, se les nota un acento muy extraño, además de ver en casi todos los locales fotos de una mezquita con la cúpula bañada en oro, cuadros con letras o mensajes en árabe (idioma usado en Palestina) y banderas de esta nación.

Entre ellos se observa una unidad incomparable en la que la competencia no existe. Más bien tratan de apoyarse para hacer que sus raíces no se pierdan entre las costumbres colombianas que les rodean.

Un lugar especial y espiritual
Atrás de sus establecimientos, en la calle que está cerrada por rejas, la que puntualmente queda ubicada atrás del antiguo almacén Tía de la Décima se encuentra una de las únicas mezquitas en donde ellos se reúnen.

En un cuarto piso, todos los viernes, se disponen a orar en un recinto alfombrado de color mostaza y sobre éste un tapete en donde se arrodillan para agradecer a su dios, Alá.
La alfombra está dirigida hacia el Oriente, lugar en donde se encuentra ubicada, a miles de kilómetros, la mezquita de la cúpula dorada.
En el momento celebraban el Ramadán; ceremonia que se hace cada año, la cual conlleva un ayuno; la gente ajena a esta religión no puede quedarse.

Antes de comenzar la festividad, la gente, tanto hombres, mujeres y niños se quitan los zapatos y algunos las medias para entrar en este lugar especial; uno de ellos comienza a elevar cánticos de tonos tristes y algo sufridos que llevan plegarias en nombre de Alá, mientras que los hombres se agrupan y entonan estos cantos fríos y llenos de sentimiento pero igualmente de espiritualidad. Las mujeres apenas alcanzan a pisar la alfombra y oran de pie atrás de los hombres.

La religión es lo más importante en la vida de los palestinos aunque no dejan de lado la venta de esta ropa exclusiva que es con la que viven en un país completamente ajeno a su religión; y con el dinero que ganan la mezquita sigue en pie y bien cuidada.

Identificación de una raza
Los palestinos utilizan la Jata (pañoleta cuadriculada) como un símbolo de resistencia y de identificación con su tierra; es como si fuera algo así como el poncho o el sombrero vueltiao; ellos ven a los jóvenes que la utilizan por moda como personas incultas que no saben lo que llevan, pero que hay que respetar.

Cifra:
3 de casi 8 locales pertenecen a un solo comerciante de la cuadra, el cual asiste activamente a la mezquita.

Negocio y religión
Los palestinos mientras que se encuentran trabajando, hacen sus suplicas a Alá para que la bendición financiera llegue a sus negocios al igual que la protección.

Pasaje Rivas

La granizada del callejón artesanal

Más que caballitos, hámacas, sillas y variedad de artesanías, hay historias

Texto y fotos de Camilo J. Guerrero Fonseca

En el antiguo inquilinato donde ahora se venden productos artesanales, conocido como el Pasaje Rivas, se han vivido historias que pasaron de una leve lluvia a una granizada caotica.

Es un sitio que lleva casi un siglo de existencia, donde actualmente todo se cubre de madera desde las 9 de la mañana hasta las 6 de la tarde día tras día. Sus dos entradas, la sur y occidente, son la puerta al “mundo de la madera”.

Se trata de un acogedor callejón lleno de variedades artesanales. Extranjeros en su mayoría, que buscan llevarse un poquito de esa Colombia que vinieron a conocer y algunos curiosos que simplemente fueron atraídos por la mercancía que allí se vende, son la clase de personas que visitan este mercado artesanal.
“Se trabaja como pobre, pero se disfruta como rico”, dice Nohora Cortéz una de las de las vendedoras más antiguas del lugar. Sonríe mientras mira a los ojos a su compañera María Cañón, su compañera de trabajo, con la que lleva más de 30 años sosteniendo el puestico que les ha dado ingresos económicos para sus familias por este tiempo.
Nohorita, como es más conocida, nunca ha olvidado los momentos que marcaron esas tres décadas junto a su compañera.
Como no recordar el día que sintió el miedo más profundo de su vida, el día de la mayor granizada del siglo XXI en Bogotá. Aquel 3 de noviembre de 2007, mientras se encontraba barriendo el negocio y esperando que María llegara de almorzar, todo estaba tranquilo como un día común. Escuchaba Radio Uno, la emisora de vallenatos que para ella nunca falta por el gusto que tiene hacía este género musical que su papá interpretaba cuando vivió de niña en la costa colombiana.
Llega la lluvia
El día se comenzó a oscurecer y todo apuntaba a que el frío iba a ser extremo, ya que no paraba de ventear. Las primeras gotas aparecieron, todos los vendedores entraron sus productos y algunos los cubrieron con plásticos para evitar que la madera se mojara.
Comenzó a llover, algo normal. Algunos clientes se empezaron a disipar entre los almacenes. Un trío de extranjeros que acababan de entrar le preguntó que si vendían sombrillas, a lo que respondió que no y les dijo que en La Pajarera sí habían y así, ellos se fueron en medio de las gotas.
La lluvia pasó de ser agua a convertirse en hielo lo bastante grueso como para romper algunas cabezas. En ese instante María apareció por la entrada sur del pasaje, cubierta con una bolsa rota en la cabeza. Nohora, de la felicidad de volver a verla, la abrazó.
Cuando sus cabezas se acercaron vio que María tenía sangre en la frente, asustada retrocedió un poco y la miró bien. Efectivamente tenía una herida en la frente a lo que ella le dijo que había sido una piedra de hielo que le había pegado cuando corría por la Plaza de Bolívar para no mojarse, Nohora se rio y le dijo “que huevona china” y se pusieron a cerrar todo muy bien para que no se entrara el agua.
El granizo amenazaba con seguir en auge, ya iba hora y media aproximadamente, el hielo se estancó en la pequeña canal del tejado, se escuchaban tejas rompiéndose y en el fondo al comerciante más antiguo del lugar, don Audelino Gutiérrez, echando “madrazos”.
Cuando la granizada se detuvo, todos salieron de los negocios. Había un piso de hielo enfrente de ellos, algunos no pudieron salir, así que los sacaron con ayuda de otros vendedores, “parecía una pista de hielo”, según don Audelino.
Pero el asombro no terminaba, al mirar la puerta occidente del pasaje, estaban los tres extranjeros casi morados por el frío tomando tinto y diciendo “a nosotros nos dijeron que hacia calor”, en su voz rara, dice María. Todos se rieron y les dieron tinto y algunas cobijas para que se cubrieran.
Dato clave
Audelino Gutiérrez es el vendedor más antiguo del lugar, lleva 50 años en el Pasaje Rivas y su familia ha trabajado allí desde que el momento que se inauguró.
Frase
“Este es el mundo de la madera”, son las palabras que Audelino Gutiérrez dice cada vez que le preguntan ¿qué es para él, el Pasaje Rivas?
Fecha
1910 fue el año en que el Pasaje Rivas se creó principalmente como una galería comercial con inquilinato en el segundo piso.

Pasaje Comercial Dinalco

El mercado de las piñatas

En San Victorino, en el centro de la ciudad se encuentra el centro más grande de piñaterías en Bogotá. Dentro de un sótano se respira el olor del icopor, de la espuma y el papel; de diferentes formas, - desde eróticas hasta muñecos para niños- y de primeras comuniones.

Por Laura Hurtado Díaz

En la carrera 13 con 11 del centro de Bogotá, se encuentra escondido el comercio de las fiestas. Dos mujeres de contextura gruesa ofrecen a los gritos las muchas piñatas que se ocultan dentro de un sótano. De no ser por ellas, sería casi imposible percatarse del mercado que está entre dos almacenes que ofrecen peluches.

Las ocho y media de la mañana es el amanecer en las piñatas en Dinalco de San Victorino. Justo a esa hora llegan Michell y Sandra, las impulsadoras. Su labor consiste en atraer a las transeúntes curiosos que recorren el centro de la cuidad.
“Nosotras tenemos que hacer el aseo”, dijo Michell, quien lleva 15 días trabajando. Es una mujer morena y de maquillaje intenso. Cree que su trabajo no es tan pesado y que aunque la gente a veces es grosera, se adapta a ese estilo de vida.

Sandra opina lo contrario. 5 años de trabajo le dejaron de experiencia que la gente es “odiosa” y que no respeta el oficio que hacen.

Es difícil imaginar como sólo dos mujeres limpian el lugar que asemeja un parqueadero, aunque de hecho hace 20 años lo era. Espineda y Carlos Henao, a quienes llaman “los duros” en sociedad cambiaron el estacionamiento por el imperio de las piñatas. En un principio eran pocos los comerciantes que había allí, sin embargo, hoy la cifra ha aumentado y dicho parqueadero tiene tantos cubículos como es posible.

El comercio

El piso en baldosa blanco brilla por la luz de los bombillos que están prendidos desde las 8 y media de la mañana hasta las 6 y media o 7 de la noche cuando es temporada. Los ojos se entrecierran por la intensidad de los colores del sótano.

Justo en la entrada del sótano esta un joven costeño de 25 años, David del Valle, quien hace tres años tiene un cubículo. Llegó allí por “palanca”, como dijo él. La familia de su novia es dueña de un local desde hace trece años frente al suyo. Son los comerciantes más antiguos de Dinalco y la encargada es Jenny Larrota, la cuñada de David.

Jenny en temporada siempre abre a las 7 de la mañana. El auge para las piñatas viene siendo abril y diciembre. La familia de ella conoce muy bien el negocio, por ello, venden todos los estilos. En su cubículo no es extraño ver piñatas en forma de penes al lado de Winnie Pooh hecho de espuma. Se le ve muy serena alrededor de ellas, tiene unos 20 años y siempre adorna su negocio de acuerdo con época del año.

“Aquí no hay un horario fijo, tengo empleados que usualmente llegan a las 9 y se van a las 6”, explicó David. A su manera de ver cada local es independiente y es muy difícil tener uno en Dinalco.

Jenny por el contrario dice que para tener un cubículo sólo se necesitan las ganas de trabajar y una hoja de vida. Argumenta que un negocio como ese, no puede dejarse a manos de gente ajena y que por esta razón, sólo los miembros de su familia se encargan de la actividad comercial.

Linda Pacheco es otra de las encargadas de un cubículo. Lleva más de cinco años en el pasaje Comercial, lo que ella llama “hace mucho tiempo”. Su local es el más grande y las piñatas para ella sólo son “el gancho” para vender los muñecos de plástico que tiene en las vitrinas.
“Una piñata vale sólo 3 mil pesos mientras que el relleno de las piñatas vale como 25 mil pesos por barata ” agrega.

Pasando los primeros cubículos se divisan los locales dedicados a la primera comunión, ya que en cuestión de piñatas las primeras comuniones y en general los eventos religiosos son los más rentables, según Esperanza Rangel, dueña de un establecimiento dedicado a la primera comunión desde hace 7 años.

Dentro de dichos negocios el color pastel reemplaza los colores fuertes de las piñatas infantiles.En las vitrinas hay figuras hechas en porcelana de niños arrodillados rezando y letreros hechos en icopor que anuncian la primera comunión.
Sexo en las piñatas
“Las piñatas eróticas son muy pagas para las despedidas de soltero y todo eso” dice Eliana Zaens, quien dedica su negocio en esta temporada a elementos para el Halloween y juguetes sexuales. Es una mujer de unos 23 años, tiene el pelo de varios colores y siempre está hablando con la empleada que le ayuda.
Hay piñatas en forma de marranos en posiciones sexuales, penes, senos y demás elementos de la industria sexual. Por extraño que parezca, también se encuentra a Winnie Pooh y sus amigos con tetas de plástico y penes de plástico.
Las piñatas en icopor cuestan a 3 mil y en espuma cuestan a 13 mil. Haciendo cuentas sólo por las piñatas, cada cubículo se ganaría entre 77 mil pesos sólo por las 8 piñatas que exponen, 3 de icopor y 5 de espuma.

Una piñata se rompe en 10 minutos en una fiesta infantil pero es lo que da de comer a las familias de Dinalco. Detrás de una piñata están 6 distribuidores, 2 impulsadoras y muchas familias que dependen de este negocio. Sin mencionar a Gabriel Sánchez, de 75 años, que vende papel higiénico a los comerciantes de las fiestas por 2 mil 500 pesos.

Sabías que….
- La administración en Dinalco cuesta 500 mil pesos mensuales
- Conejo Saltarín es el nombre del cubículo más antiguo en Dinalco.
- En temporada algunos establecimientos abren a las 7 a.m. y cierran a las 8 p.m.

Ernesto Ayarza

El último cachaco de los sombreros

Trabajando en esta industria desde hace más de 60 años se ha convertido en uno de los exponentes más representativos en Bogotá.

Por Manuel García Sánchez
Dueño de los almacenes San Francisco y San Miguel, ubicados en la calle 11 entre carreras octava y novena, a unos cuantos metros de la Plaza de Bolívar, Ernesto Ayarza Ospina desde 1946 ha dedicado sus días a vender sombreros, símbolo característico de un verdadero cachaco.
Desde mediados del siglo XIX y hasta principios del siglo XX, el sombrero constituía una parte fundamental del vestir de los hombres bogotanos; haciendo de su comercialización algo lucrativo que, combinado con la pasión de Ernesto Ayarza por el tema; tuvo como resultado el mejor negocio de su vida.
De distintos tamaños, redondo o de punta y en distintos materiales, esta prenda fue un distintivo de la sociedad, especialmente de los hombres de clase alta. Ellos se paseaban por las calles de la ciudad luciendo vestidos de paño, corbata o corbatín, una sombrilla en la mano y un buen sombrero en la cabeza que, dependiendo el material y su forma, indicaban el nivel socioeconómico del individuo.
Ernesto Ayarza asegura que la gente de hoy en día es menos elegante por no usar sombrero, a excepción de algunos que se guían por la moda. Ha presenciado desde su primer almacén (San Miguel) importantes acontecimientos de alto impacto nacional y transformadores de la sociedad como El Bogotazo.
Los hechos del 9 de abril lo obligaron a permanecer en su lugar de trabajo por tres días y afirma que después de aquella fecha de 1948 el sombrero comenzó a desaparecer de los roperos de los bogotanos.

También vivió de cerca la toma del Palacio de Justicia, hecho que le causó graves daños a las instalaciones del almacén San Francisco y que le significo pasar la noche en aquel local escuchando los disturbios y pensando en su esposa María Rosa de Ayarza, la “Fiera” como él mismo la llama, quien aquel día no fue a trabajar.
Gracias a la constante lucha y el arduo trabajo, abriendo sus almacenes todos los días exceptuando el primero de enero; el 25 de diciembre y el Viernes Santo, logró sacar adelante a sus tres hijos: Germán, Marina y Lurdes Ayarza quienes hoy en día se hacen cargo del negocio.

Vestido con traje de paño azul oscuro a rayas, camisa blanca, corbata azul oscura de puntos blancos y sombrero gris que él mismo llama “cachaco”; a sus 81 años de edad, Ernesto Ayarza es un icono de la industria del sombrero en Colombia.

Datos

· Ernesto Ayarza es dueño de 4 almacenes: San Francisco, San Miguel, Sombreros Bogotá y Americana.
· Peter Manjarrez, Armando Manzanero, Rafael Escalona y Colocho Mendoza son algunos de los clientes famosos que han comprado sus diseños.

· Sus sombreros han sido exhibidos en telenovelas como: El zorro, La saga y Pasión de Gavilanes.